—Querido, hoy
tengo ganas de alzar la voz.
—¿Y cuándo no es
fiesta, Querida?
—¿Perdona?
—Preguntaba por
la causa, el por qué de tu lucha.
—Estoy harta,
Querido, harta de esa gente que, como hongos, crece amparada por la frondosidad
del bosque, escondidos, agazapados. Gente que espera la ocasión para saltar a
la yugular del otro sin miramientos. Gente con tanto tiempo libre, que ha de
emplearlo cazando moscas con el rabo, como el diablo. Hoy quiero alzar mi voz
para denunciar una realidad que nos empobrece como especie, que nos denigra y que
hace de esta sociedad un lugar mucho peor: hoy, Querido, en Doce meses, doce
causas de Bego, denunciaremos a… los criticones de las redes sociales.
—Me pones mucho
cuando te levantas reivindicativa.
—Guárdate ese
tonito conmigo y únete a la lucha.
— A ver,
Querida, es que yo, a veces, no siempre, que conste, pero alguna vez sí que he…
—¿Criticado? —no
lo podía creer. En mi propia casa vivía un hongo criticón.
—Es que es muy
fuerte lo de Estefanía.
—¿Pero quién es
esa chica?
—Pues la que lo
está petando en críticas constructivas en España ahora mismo, Querida.
Decidí dejarlo
por el momento porque lo conozco como si hubiera parido a sus tres herederas y estaba segura de que, de Estefanía, sabía lo mismo que yo, de modo que, poco dispuesta a perder el
tiempo, decidí documentarme por mis propios medios.
Si hubiese
querido, podría haber escrito una tesis doctoral sobre esta chica, el novio y
el pretendiente después de comprobar toda la literatura que sobre ellos circula
por las redes. Es pasmosa la velocidad a la que se vierten opiniones, se emiten
juicios y se habla sin pudor de todo lo que aparece por las pantallas.
Leí durante
horas, me asusté por momentos, me enervé por minutos, me enfurecí por instantes,
me entristecí de por vida y volví a enfurecerme definitivamente. Y así,
empoderada como estaba después del atracón de información que me había metido
para el cuerpo, enarbolé mi bandera de justiciera internauta y me dispuse a poner
un poquito de orden en este mundo cruel.
— Tengo una
misión, Querido. Di a las herederas que para cenar hoy tendremos —aquí hice una
pausa a lo Drake Ramoray—troll muerto. Troll rendido mejor, que tampoco hay que
ponerse agresiva.
Decidí comenzar
por visitar páginas de crianza donde, a priori, el ambiente debería estar
bastante calmado ya que se trata de lugares donde acuden a buscar consejos y
ayudas padres en apuros. ¿Podría alguien ser impertinente con una mamá que,
todavía con el efecto de la epidural en sus piernas, pide opiniones porque no
sabe si su bebé está durmiendo demasiado poco o demasiado mucho? Pues sí,
podría. Y lo hacen. ¿Lo hacen? Te preguntarás tú, ojiplático y sorprendido. Como
te lo cuento. Hay personas que creen que saben más que nadie de lo que te
conviene a ti, aunque no hayáis comido nunca juntos ni tomado un café ni nada
porque resulta que no te ha visto en la vida y ni siquiera sois amigos de
Facebook. Nada, cero, nothing else matters.
Pero ahora esas
personas impertinentes tienen un problema.
Yo, el problema
soy yo, que todo hay que explicarlo.
—Disculpa, (aquí
el nombre del impertinente). Creo que no deberías utilizar ese tono con (aquí
nombre de mi defendido) ya que es ofensivo y no aporta ninguna solución a la
consulta que ha realizado. Gracias.
Este mensaje lo
utilicé un total de trescientas dos veces. Solo en una página. Me bloquearon
porque pensaban que era un robot. Así que ni agradecida ni pagada. Tendría que
cambiar la estrategia e ir intercalando mensajes más personalizados, aunque
ello conllevara finalizar mi misión para la primavera de 2060.
Decidí entonces
pasarme por la página de Paula Echeverría. Seguro que, si la defendía, Paula me
lo agradecería en público, con lo que ganaría visibilidad y me haría famosa como
defensora de personajes famosos y mis mensajes serían mucho más efectivos con
menos cantidad, como el Fairy.
Y allí que me
fui.
¿Podría alguien
ser impertinente con una persona a la que sigue en las redes sociales
voluntariamente y a la que puede dejar de seguir en cuestión de segundos con
solo apretar un botón? Pues sí, podría. ¿Se puede ser más absurdo? Difícilmente,
la verdad. Y así se lo hice saber a @quierosercomoellaperonopuedo, una
“seguidora” que arremetía contra todo lo que publicaba la actriz. Se lo hice
saber y ella me contestó. De muy malas maneras, por cierto. Tamaña injuria no
podía quedar sin respuesta de modo que le devolví la ofensa ipso facto,
no sabía con quien había venido a batirse en duelo dialéctico. Y de repente,
comenzaron a surgir respuestas de la nada; gente que la apoyaba a ella y gente
que me defendía a mí. Gente que contestaba sin pudor hasta que terminamos
enzarzándonos en un festín de insultos y faltas de respeto, todo gratuito, que
no hacían más que atraer a nuevas aves carroñeras a la presa. En un momento
llegamos a juntarnos ciento treinta personas contestándonos a la vez, lo cual
es una locura porque ya te haces la picha un lío y no sabes si insultas al que
te defiende o si te estás contradiciendo tú misma o si estás hablando solo
porque hace media hora que te han bloqueado los ciento veintinueve contertulios.
Bueno, qué
bochorno. Esto no lo hubiera hecho yo ni por mis New Kids On The Block, que no
te sonarán de absolutamente nada si eres millennial o si has pasado una guerra.
El caso es que
ni agradecimiento público ni privado ni unas zapatillas con su flamenco bordado.
Mi meta de convertirme en defensora de famosos se alejaba cada vez más. Igual
más tarde lo intentaba con Samanta Villar; seguro que aún podría necesitarme.
Pero pasaban las
horas y cada vez iba sintiéndome más y más decepcionada. Ni con bandera de
justiciera, ni con perdones, gracias y por favores; hay gente que
definitivamente disfruta injuriando a los demás, aunque no tenga razones. Desde
la trinchera que proporciona la pantalla del móvil, es fácil disparar y no
resultar herido. El problema es que sus balas sí pueden dañar.
—¿Pero con qué
derecho nos creemos de juzgar a esta chica, quién sabe qué tipo de relación
tiene con su pareja, cuáles son sus circunstancias? ¿Cuándo nos han subido al púlpito
de la superioridad moral, que no me he dado cuenta, Querido?
—Igual, en el
momento en el que toda la historia se utiliza para hacer un programa de
televisión con el que muchas personas ganan mucho dinero a cambio de que
hablemos de ellos.
Mierda.
Justiciera internauta
procesando respuesta.